Venus entró en Aries. Y nos habla de una unión alquímica.
En el mito Ares, dios de la guerra, se enamora de Afrodita diosa de la armonía. La asedia durante días, agotándola de atenciones. A pesar de estar casada con Hefesto, Afrodita finalmente acoge a Ares en su cama, asumiendo sobre sí la incógnita del encuentro. Y los dos se convierten en amantes en un instante, el tipo de amantes que el mundo helénico rechaza porque son fijos y no ocasionales. Amantes que con la fuerza de su enganche ponen en riesgo el mundo exterior y sus reglas. La vida de Afrodita así, dormida en un matrimonio infeliz con el menos atractivo de los divinos, renace gracias a la ardiente pasión de Ares.
Afrodita vuelve a sentirse existente y en flor, en lugar de triste y olvidada en una casa grande.
El mito como siempre nos es maestro.
Este es el tiempo de abrir las puertas de nuestra vida interior, a lo que puede tener el poder de reavivarnos. A lo que no siempre resulta delicado o suave. A lo que en las primeras podría asustarnos al menos tanto como Ares que empuña una espada de regreso del campo de batalla.
Es hora de rendirse a la llegada de algo nuevo.
Como Afrodita, no sabía qué esperar acogiendo a un extraño en su habitación. Así tendremos que ser capaces de acoger cuanto llega, como llega, y esperar a poner una etiqueta apresurada que lo indique como inútil o dañino.
¿Qué estamos evitando?
¿Qué estamos rechazando porque creemos que sabemos todo lo que hay que saber?
¿Qué es lo que posponemos al contarnos historias en lugar de vivir y experimentar lo que es?
Lo que tiene el poder de cambiarnos la vida es a menudo lo que siempre hemos evitado.
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